(EN CAPÍTULOS ANTERIORES DEJAMOS A NUESTRO HÉROE HUMILLADO Y DERROTADO DESPUÉS DE SU AVENTURA CON LA BAÑISTA. EL HALLAZGO DE UN ANILLO PARECE QUE TRAE A LA VIDA DEL VERANEANTE DEL AMOR NUEVOS MOTIVOS DE FELICIDAD. PERO LA DICHA, LA ESPERANZA, SON BIENES, COMO SE SABE, PERECEDEROS. LO VEREMOS AHORA.)
Medita el joven, mientras se dispone a acostarse, en el azar y sus circunstancias, sobre las circunstancias y el azar, también se acuerda de refranes sobre la mudanza de la suerte, refranes que suelen ser el mejor ejercicio para esperar siempre lo peor. Automáticamente se quita el anillo y se queda mirándolo y, aunque apenas hay más luz que la que sale de una discreta lámpara de noche, parece salir de su interior un destello luminoso de color azul que irradia optimismo a su alma normalmente acongojada y, mientras su cabeza se inunda por el sueño, da vueltas al significado de la divisa que encierra el diamante y, por un instante, vuelve a ver a su propietario, y un ramalazo de aprensión, de remordimiento y culpa le invade; pero, apagada la luz, parece que su alma se serena y apartado todo despecho duerme tutelado hasta que el despertador le llama, le da los buenos días y le manda al trabajo.
No suele, quitando aquel día, ponerse el anillo para salir a la calle y es porque no se acuerda o porque su ilegítima posesión , en el fondo, le desazona y es preferible tenerlo metido en un cajón que llevarlo puesto -por lo que pueda pasar-. Pero el tiempo, como es sabido, es como polvo que cae y cubre lo malo antiguo por lo bueno nuevo.
Sucede que un día, invitado a una fiesta, recuerda que tiene un hermoso anillo de diamante. Ya desde el principio parece cosa de encantamiento, pues a pesar de su discreta fortuna y prendas personales -como ya sabemos-, a pesar que necesita de larga conversación y tiempo para conseguir lo que a los otros les cuesta el plazo de un saludo y una insinuación deshonesta; pero hoy, en la fiesta, parece que todo el mundo se ha vuelto loco y los anfitriones le presentan con toda consideración y, como se dice, se convierte en el centro de la reunión y cualquier cosa que él dice, lo que ayer eran simples palabras rituales del diálogo, en esta hora que parece mágica, se transmuta en profundos conceptos pertenecientes a los dotados de gran ingenio y espíritu elevado. Incluso la más bella de la fiesta, que lleva un traje de terciopelo negro para mayor esplendor de la carne que se asoma, no deja nunca de estar a su lado y sonríe y se admira melosa. Y en la vorágine del éxito nuestro héroe se pregunta por lo que está ocurriendo, y si realmente ocurre algo, de qué se trata. Y es entonces cuando como un rayo se cruza en su cerebro la idea del anillo y, entonces, lo relaciona todo: aquella vez que se lo puso y lo que ocurrió, y aunque cuesta creerlo llega a la conclusión que aquel cristal coronado de luz es sortija mágica y, aunque no es crédulo, se impone sobre la razón el mérito de los acontecimientos.
Desde entonces, han pasado muchos años. La vida ha sido para él, desde aquellos lejanos días, una continua subida a la montaña del éxito. Nada de lo emprendido, desde entonces, le ha salido mal; sus amistades son legión, su fortuna envidiable, su posición social la más alta, su salud inquebrantable y su físico, aunque lo desmienta su fecha de nacimiento y toda su generación que ya ha desaparecido, es el de un hombre bien conservado y joven -en su grado justo- aunque se haya dejado una barba señorial. Pero si lo piensa bien ya han pasado setenta años desde el momento en que encontró el anillo que cambió su destino.
No sabe muy bien porqué, en aquella ocasión, le entraron ganas de pasar unos días junto al mar. Hace ya muchos años que no ha ido a la playa; las múltiples ocupaciones, los viajes, su nueva vida lo ha impedido. Tal vez ha sido idea de su joven esposa y aunque es ya su quinto matrimonio esto no significa, según su punto de vista, fracaso sino renovación y ventura.
Hace un calor turbio que presagia tormenta. Es el atardecer y el cielo se ha cubierto de un color plomizo que parece esconder con luz oscura el firmamento. No se siente enfermo, pero nota una especie de ahogo, tal vez la presión barométrica, que le decide a salir del apartamento y dar una vuelta por la playa. El mar está con la calma de un sable; pero, de vez en cuando, se levantan rachas de viento que, por un instante, muestran el desasosiego de las aguas y hacen mover, con su sonido característico, las grandes ramas de las palmeras y de los árboles que habitan cerca de la playa. Ahora se para, y se fija en el brillo del diamante que parece haberse contagiado del color de la tormenta en ciernes. Camina unos pasos, mira a un lado y a otro y, de pronto, reconoce aquel lugar y se cerciora, por la forma de la playa y por el general paisaje, que es aquel el sitio donde pasó aquel verano. Las imágenes del recuerdo, le devuelven, por un momento, a aquellos días y ve junto a él, echada en la arena, a aquella centroeuropea y siente que le llama y que le sonríe y, repentinamente, le penetra una sensación de angustia y de un agotamiento infinito. Entonces, mira su mano y ve con horror que el anillo ha desaparecido. Busca con furor por todos sitios, remueve con denuedo las arenas circundantes, hace el camino varias veces: pero el anillo no aparece. Mientras, la noche se extiende por el cielo y comienzan a caer gotas gruesas de una tormenta que avanza.
El ruido de los truenos pone en fuga a los últimos bañistas de la playa; una joven rubia y un muchacho que parecen correr para ponerse a salvo de la lluvia. Y el anciano, que sabe que ya no encontrará su anillo, se va de la playa y cuando entra en el camino que le lleva al hotel, un perro enfurecido se precipita y, desde detrás de la valla, le enseña los dientes, ladra con convicción y de los belfos surge abundante espuma. El aguacero arrecia y de los canalones de las primeras casas sale un torrente de agua que va inundando el camino.
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