martes, 23 de junio de 2009

PLAYAS DEL PLEISTOCENO -3-

Queremos imaginar, por un instante, cómo se pudo desarrollar el histórico momento (el orador aprovecha el inciso para beber agua, deja el vaso y pasa una de las cuartillas que ya ha leído)
La noche ya había caído sobre los verticales paredones de arena, en medio de aquel paisaje desprovisto de vegetación. El profesor buscaba afanosamente ,entre aquellas soledades, iluminando con la breve luz de una linterna los grandes tajos de arena que se levantaban hacia los cielos como informes murallas de una antigua ruina. En un determinado momento, la luz se detuvo, como una mariposa nocturna fatigada, en uno de los cortes y allí, sobre la vertical, a varios metros de altura, sobresalía el pie que parecía una flor de carne mineral asomándose al mundo como queriendo contemplarnos desde su antigüedad de millones de años... Queremos adivinar, queridos amigos, las emociones que pudieron sobrevenir al viejo profesor. Por primera vez, unos ojos humanos, unos ojos que sabían descifrar lo que veían, observaban un pie completo petrificado; no se trataba de un pequeño fragmento de mandíbula, ni un diezmado hueso de una estructura ósea, ni un molido fragmento de parietal, como siempre ocurre. Era un pie antiguo, completo y verdadero. Un pie , que por un prodigioso conjuro, por un milagro de tramutación se había convertido en piedra dura y consistente.
Se nos ocurre ahora pensar por la clase de ideas , seguramente contradictorias, que debieron pasar por la cabeza del sabio; porque, seguramente, nadie como el antropólogo siente, ante los restos que encuentra, el privilegio del descubrimiento, el descubrimiento del ser en sí; no de sus acciones, de sus efectos, de sus actualidades: el antropólogo encuentra la cosa misma. Era así una emoción inenarrable, estamos seguros, la que inundó el alma antropológica de nuestro profesor aquella noche entre aquella atmósfera de un desierto lejano y olvidado.
(Se escuchan toses y carraspeos entre el público expectante)
El profesor Virgilio, cuyo recuerdo y mérito nos abruma en este instante, a pesar de las desgraciadas circunstancias acaecidas un tiempo más tarde, estuvo a la altura del acontecimiento histórico que estaba sucediendo. Así, lo primero que pensó fue en poner a salvo la reliquia de cualquier acontecimiento y, como hiciera H. Carter cuando la tumba de Tutankhamon y como otros descubridores así también lo hicieron, pasó aquella primera noche en constante vigilancia del hallazgo. A la mañana siguiente, una alambrada protegía ya el perímetro y, horas después, todo estaba cubierto por una gran carpa que no podemos imaginar de dónde saldría.
Yo recibí una llamada de mi maestro invitándome a que me uniera al equipo de investigación. Tengo que decir que lo dejé todo al instante para incorporarme al campamento que el profesor había preparado.
Lo que teníamos ante nuestros ojos era una montaña surgida, en las convulsiones geológicas del tiempo primigenio, de lo que había sido territorio y lecho de un mar gigantesco, un océano cuyas dimensiones no pueden compararse con nada de lo que conocemos.
Don Virgilio me describió, como un maestro de geografía ante un mapa, los perfiles del lugar como debieron ser en la remota época de la formación de los arenales.
" Tienes que imaginar - me dijo - el bellísimo panorama que existiría entonces. Todo esto -las señalaba con el dedo extendido- eran hermosísimas playas, como pueden ser ahora las del Caribe, hermosísimas playas en un clima extremadamente benigno, inviernos y veranos ecuatoriales con abundante vegetación de plantas originales... pájaros cantores de todo tipo, flores de porte y belleza que nunca podremos saber. El mar entonces - yo casi podía ver todo aquello que me decía como de verdad; las aguas transparentes, las mariposas gigantes, los helechos arborescentes, las palmeras rarísimas - ocupaba todo este horizonte. Toda esta falda de montaña que trepa hasta allí - y señalaba con el dedo la alta cresta que coronaba el emplazamiento-, todo era mar ocupado por innúmero de especies de peces y de mamíferos, por innumerables animales, criaturas extinguidas de las que ni siquiera sabemos el aspecto que tenían. También, peces extraños de tamaño muy superior a los actuales, moluscos y cangrejos de dimensiones monstruosas: un mar poblado, un mar vivo y palpitante..."
De la mano del profesor Virgilio, seguí las amenidades de las playas, que de vez en cuando se asomaban, ahora a nosotros, como costurones amarillos sobre la tierra parda y pizarrosa de la superficie. Observé las moles rocosas que habían emergido de la cavidad oceánica y, en aquellos momentos, he de confesar que sentí una extraña emoción, una extraña emoción intraducible con palabras.

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