Y así pasa el verano. La soledad, que era carga liviana cuando se traía sobre los hombros desde la ciudad, pesa ahora, con cada día. La playa se convierte en suplicio y como sobre potro de tortura pena el solitario. Ocurre, entonces, que junto a la bella echada aparece una mañana un otro germano de atlética apostura que por la simplicidad del trato indica que conoce sin complejos todos los secretos de la hermosa ondina.
Apurado el optimismo y con la vista puesta en el retorno padece el veraneante del amor los últimos días de sus vacaciones en la playa. Y , cuando se va extinguiendo el atardecer de su último día, y cuando ya, mentalmente, se prepara para el regreso a la desesperación de lo habitual, contempla, cuando ya el cielo se difumina en la plataforma del horizonte en un rojo esmalte, la presencia de un hombre que parece buscar entre las arenas algo que ha perdido y, como no tiene otra cosa mejor que hacer, sigue las evoluciones que realiza aquel hombre que por sus barbas blancas y la languidez y falta de musculatura denota ser muy viejo. Por la preocupación que expresa el anciano y por las impetraciones que pronuncia, así como lo exaltado de la búsqueda, colige, el que observa, que alguna cosa de extraordinario valor ha perdido y aunque se dispone a intervenir en la pesquisa resuelve, a instancias de su frustración, esperar a que se marche y buscar y encontrar él mismo lo que de valor, seguramente, se ha perdido. Sigue la exploración infecunda de aquél y ya apenas queda un latido de luz cuando el abatido anciano deja la playa, se retira y marcha y , a lo lejos, se puede oír los ladridos de un perro que parece perseguir a voces una luna enorme, como la que ven los astronautas en sus paseos por el espacio.
Será al alba cuando, antes de emprender su retorno a casa, el veraneante solitario se acerque a la playa y busque el lugar donde buscaba el viejo y allí llegado, mira y remira y mete la mano y aunque no tiene idea de lo que sea se perdiera, imagina una pulsera de oro o medalla zodiacal o reloj de precisión; pero como nada encuentra se dispone, ya, a marchar cuando su vista tropieza con algo que lanza un destello entre las protuberancias de las arenas, como una línea de luz directa que lanzara un faro, y de aquellas olas minerales rescata una sortija cuyo oro circular sostiene y engarza en su corona lo que parece un diamante. Contento, entonces, como si el hallazgo fuera una señal de reconciliación con la vida, como si se repararan los males y quebrantos del alma y de la derrota y de que la vida, en el fondo, es justa y distributiva, camina hasta donde tiene el coche preparado con todo el equipaje para el retorno y, observa, curiosamente, que el perro guardián que todos los días le gruñe y expectora enseñándole la malignidad de su dentadura de presa, hoy, a su paso, no sólo no ladra sino que ufano y contento menea el rabo y parece querer lamerle con su larga lengua que chupa los poliedros de la tela metálica que separa la finca de la primera línea de arena, como si fuera un helado.
El primer día de trabajo es, como se sabe pasa, una tímida sonrisa que se reparte entre todo el personal de la planta que está a la faena y se admira, en alguna voz que surge espontánea, el tornasol de su cara y se disimula, desde la lejanía, con los más amigos, con una mirada cómplice que quiere decirlo todo y no decir nada.
Las malas noticias se han ido acumulando sobre la madera de su pupitre, como si la fatalidad no cogiera vacaciones, nuevos reglamentos, un acordeón de informes y noticias inquietantes que sobrevuelan la atmósfera del despacho como la sombra de un murciélago.
- Ha caído el subdirector .
- Se dice que te trasladan a la sección del depósito.
El mismísimo conserje cuando entrega el correo de la mañana toma una actitud sospechosa y hostil. Pero , como el quinto día de la creación se planeó contra su persona, piensa, ya nada importa y todo da igual y, lo mismo, en su casa, cuando llega, y enchufa la televisión los canales no funcionan y la correspondencia acumulada es un repertorio de cartas oficiales amenazantes que reclaman todo tipo de pagos y , lo mismo, los bancos le anuncian persecuciones sin tasa y castigos sin cuento, advierten, que ya no aguardan más con la hipoteca y, juran, le arrebatarán el piso y se lo quedarán y, además, contribuciones, impuestos, multas de tráfico y hasta el recordatorio de la defunción de un compañero de carrera donde la viuda escribe de puño y letra: tenía tus mismos años... Pero así es la vida, nadie nos prometió venir aquí para ser felices, y para el que ha sido bautizado en las aguas bautismales de la amargura nunca hay descanso, ni hay perdón ni consuelo ni remedio.
Otro día, sale de su casa y pregunta a un amigo joyero por el valor de la sortija encontrada y aquél mira con la lupa incrustada en el ojo, como si fuera la mirada de un cangrejo, admira el brillante, da un silbido y explica que - la piedra - es antigua y bien tallada; pero que, desgraciadamente, carece de valor comercial, y cuando se le piden más explicaciones, entrega, sin más, la lupa y con un gesto indica que mire él...Y mientras se hace con el túnel de geometría hipnótica de la luz blanca que parece retener el cuarzo puro, observa unas letras que parecen talladas en el fondo del pozo brillante y que dicen, splendet frangitur, y ante su cara de no entender nada, su amigo el joyero le explica las dificultades de vender un anillo con divisa y que, tal vez, un coleccionista... por la rareza. Con la convicción de que aquella joya no vale nada, sale de la tienda del oro y, mientras va por la calle, casi por automatismo, se mete el anillo en el dedo, que parece como si hubiera estado allí alojado toda la vida, y regresa a su casa.
Ya nota algo raro cuando el portero zalamero acude a abrirle la puerta, lo que normalmente no sucede, y es saludado con su nombre de pila y un don delante que suena a timbre de puerta, detalles que asombran al que nunca da propina en los venturosos días de navidad. Atraviesa, camino del ascensor, un vestíbulo donde un cuadro iluminado por una pequeña linterna, como en los museos, muestra una cacería de ciervos en un claro del bosque, y mientras transita calcula mentalmente el tiempo que queda para la noche buena y no da con la clave de la inesperada amabilidad del portero y cuando penetra en el ascensor resulta que, antes de cerrar, sube la joven vecina, la que nunca le ha prestado mayor atención, pese a sus numerosos intentos de seducirla en un minuto y es ella, esta vez, la que parlotea y pregunta y encantada mira y hasta le invita a su casa; pero como gato escaldado, el vecino toma distancia y tiempo para reponerse de la sorpresa y, dando explicaciones poco gloriosas, deja que se escape en la siguiente estación mientras él se retira meditabundo. Y, ya en su patrimonio, defendido por una puerta de seguridad del delirio del mundo, comprueba que en el contestador telefónico hay varias llamadas y, cosa extraordinaria, todas ellas positivas y optimistas; varios amigos cuya relación creía perdida en los pasillos del tiempo quieren verle, su madre encantadora le absuelve de no haber pasado por la casa paterna durante todo aquel tiempo y, hasta, una voz femenina invitándole a la inauguración de una exposición de arte caníbal. (continuará...)
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Nuestro próximo relato "Hambre de libro" trata de las peripecias de un grupo esotérico camino de la convención:"Toledo, encrucijada de culturas". Allí todos ellos van a descubrir un mistérico Toledo en un alucinante viaje a través de tiempo.
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