miércoles, 11 de febrero de 2009

EL ENSEÑADOR (GUIAS DE TURISMO NO PROFESIONALES)


Existe una profesión descatalogada de los índices de oficios y trabajos humanos. Una especie de sacerdocio ritual y, también, simbólico que lo ejercen una suerte de eremitas laborales dispuestos a la vera de los caminos, en las encrucijadas; allí donde la historia descansó por un momento y dejó caer de sus bolsillos, de su esplendor famoso, una pequeña moneda de cobre. Estos humanos a los que nos referimos son los enseñadores de cosas, enseñadores de lugares que viven en los márgenes de la Gran Historia. Lugares tendidos, como enfermos menesterosos, a la caridad del que se detiene
entre sus maltrechos despojos. Lugares que atesoran virtudes inexactas: la batalla que nadie ganó, la sepultura vacía del supuesto héroe, la fábula inverosímil, el resto insignificante, la capilla milagrosa, el cuadro atribuido.
Normalmente, los enseñadores de cosas, que lo son por decisión propia -con una clase de empeño en el oficio que sólo era posible ver en las edades antiguas-, comienzan su labor apostólica diciendo:
- ¡ Aquí estuvo...!
Lo dicen con cierta lógica, porque los enseñadores, que no pertenecen a ningún sistema corporativo conocido, no están adscritos a ningún régimen salarial, suelen enseñar cosas que ya no están y que, seguramente, nunca estuvieron. Suelen, los lugares y las cosas que enseñan los enseñadores, pertenecer al catálogo impertérrito de la posibilidad: lo que pudo ser y pudo haber sido y lo que no fue que fuera posible y fuera y no fue.
Los enseñadores, cuyo verbo preferido es el pretérito imperfecto, nunca enseñan cosas útiles; enseñan conventos de arquitectura dudosa, cuevas peregrinas de difícil acceso, huellas en rocas de sabios y profetas. Suelen decir al visitante:
- ¿ Se fijan que esa roca parece el rostro de...?
Suelen enseñar cosas que no se pueden demostrar: un molino con demonio, un pajar donde dicen que hubo una mina de oro, la huella del báculo de Moisés, las plumas de las alas de los ángeles Gabriel y Miguel. El enseñador gusta de mostrar un mundo de reliquias apócrifas de las que ellos son sus guías, sus sacerdotes y sus guardianes.
Los enseñadores son los guías oficiales de todo lo que no es oficial; muestran, la sombra de la sombra, lo que queda del humo del incendio. Los artículos que venden son todos ellos materia de fe.
Seguramente, a lo largo de la vida, nos hemos tropezado con muchos enseñadores, pero no nos hemos dado cuenta, porque, en su humildad -atributo de los sabios- los enseñadores no se enseñan, es necesario buscarlos, o mejor, encontrarlos.
El primer enseñador que yo conocí lo encontré una tarde de tiempo infernal en un lugar de la geografía mitológica de Soria.
Fue hace muchos años. Hacía, en aquella ocasión, un frío violento, las nubes inflamadas del cielo, en un afán prehistórico de convertirse en tormenta, condenaban el paisaje de aquellas antiguas ruinas a un general aspecto borroso y taciturno, como si el paisaje estuviera mirando el propio paisaje detrás de una ventana un día de viento y lluvia. (CONTINUARA...)

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