domingo, 1 de febrero de 2009

UNA PARADOJA ESPACIAL ( SEGUNDA PARTE)

( Era una mañana de invierno mezcla de gris y azul diluido...)
La escarcha botonosa metida en la sombra de los taludes, en los surcos de los terrenos arados, se prendía como condecoraciones en las guías espinosas de los matorrales y subía, como una exudación, por los ramajes pelados de los árboles. En la mañana vio a unos niños tomando café con leche en grandes tazones de loza esmaltada, la madre ensimismada, en aquella claridad difusa, preparando las bolsas con los bocadillos del almuerzo, bolsas de tela con cuadrados de colores estampados. Luego vio que ellos salían de la casa y atravesaban la huerta, donde sólo unos viejos rosales podados y unos cuantos repollos puestos en hilera eran capaces de resistir la llamada del almuecín del frío.
Hay momentos en los que todo se pone a volar; las libélulas, los patos con sus cabezas disparadas como flechas, las palomas atravesando el firmamento doméstico. Cuando llega la época azul todo lo que es capaz de volar se eleva; más tarde vendrán los contrastes del azul y del menos azul y también del blanco, y los días de lluvia vendrá el agua golpear las carrocerías amontonadas en el solar del negocio. El agua blanca discurrirá en pequeños afluentes e irán recogiendo el óxido de los metales a la intemperie, entonces los cauces se hacen amarillos, como si aquel agua procediera de una mina de oro a cielo abierto. En la entrada del depósito el gran muñeco Michelín parece que con sus manos extendidas intenta calibrar la intensidad del aguacero. Y si no es un día de calor ni de lluvia, entonces, es un día de viento.El aire forma espirales caprichosas. El viento parece volverse loco, parece que no sabe lo que hacer y se encabrita y fabrica pequeños tornados que quieren llevarse entre sus anillos el polvo, las hojas, las páginas de los periódicos donde se anuncia con gruesas letras la guerra de Corea, aspira los plásticos sucios de aceite de máquina, las bolsas del abono, también, puede intentar levantar un neumático; y si es así, que el viento arrecia, mi madre cierra los batientes de las ventanas y descuelga apresurada las sábanas colgadas en el tendedero y corre a encerrar a los animales en el gallinero y, es seguro, que mi hermano llegará a casa y se quitará la gorra y hará un gesto de que ahí fuera se está poniendo feo.
Cuando llega el remolino parece un dedo del cielo que rebusca un anillo que hubiera perdido. Entonces, nosotros, mi hermano y mi hermana y yo salimos de la casa. El viento racheado nos fustiga con partículas de arena, vamos corriendo y elegimos nuestros sitios. Todavía hay que esperar a que el torbellino llegue con su silueta de bailarina oriental y cuando llega, la peonza gigante, es un túnel negro que parece que te traga y te lleva hacia los cielos. Y si toca que llegue al círculo donde se encuentra mi hermana, entonces, le levanta la falda y sus piernas delgadas es lo único blanco que florece en el campo. Y si le toca a mi hermano, entones, grita, y mi hermano simula que salta hacia los cielos y palmotea... (continuará)

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